Un día nacemos, a partir de ahí nuestra vida se constituye en una maraña de relaciones y experiencias en la que cada paso nos hace quien somos.
Así vivimos tratando de mirar al frente y buscando que el mañana sea mejor que hoy. Poco a poco alcanzamos metas y nos fijamos unas nuevas más duras. Hasta que un buen día partimos. Dejamos este mundo por quien sabe qué cosa.
Y dejamos atrás nuestro una serie de personas a quien amamos y que nos aman. Dudo que el dolor de perder a alguien a quien amas sea distinto para los gringos, que para los europeos o los latinos. Lo que sí es distinto, es nuestra manera de despedirnos y el ritual de despedida constituye una parte importantísima de nuestra identidad, porque depende básicamente de cómo vemos a la muerte.
Los egipcios momificaban a sus muertos, los habitantes prehistóricos de América los enterraban con comida y sus mujeres. En muchas ciudades está de moda la cremación. En Estados Unidos se hace un memorial donde la gente que los conocía habla de ellos.En América Latina es distinto.
Nuestra forma de llorar a nuestros seres queridos es única e intensa. Para empezar nos gusta contemplar sus cuerpos desde que mueren hasta el momento de enterrarlos. Luego celebramos por ellos una misa para pedir a Dios que su vida después de esta sea plena y llena de felicidad y finalmente enterramos sus cuerpos y llenamos de flores su alrededor. Las personas más cercanas a ellos muestran su dolor al vestirse de negro por una época determinada. A esto llamamos luto. Algunos incluso visten de negro por el resto de sus vidas.
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