Un grupo de 70 estudiantes y dos profesores de la UDLA viajaron el 17, 18 y 19 de junio al Fuerte Militar Amazonas, en la provincia de Pastaza. Allí el grupo de la UDLA realizó un curso de supervivencia en la selva con los soldados de selva o Iwias.
Pasaron por numerosas experiencias, desde saltar de 30 metros en caída libre y aprender a hacer nudos, hasta a cazar, cocinar alimentos, conseguir plantas medicinales, etc.
Sin embargo una de las experiencias marcó al grupo, el dormir a la intemperie en la selva. Mientras para algunos esto dignificó enfrentar sus mayores miedos y vencer la desesperación, a otros les mostró su límite de tolerancia frente a las situaciones de estrés.
Todo comenzó a las 17:00 del jueves 18 de junio, cuando después de una larga caminata, cargando una mochila que pesaba cerca de 50 libras, al fin el grupo de estudiantes llegó a la zona donde acamparían toda la noche.
Según explicó el Teniente Richard Benalcazar, era necesario que los 72 integrantes de la UDLA armaran su hamaca-toldo mientras todavía tenían luz del sol.
El hamaca toldo fue el gran descubrimiento del viaje para muchos, pues es una especie de tienda suspendida en el aire, en donde se puede dormir lejos de los peligros del piso, como las serpientes, tarántulas, escorpiones y demás animales venenosos que pueden causar daño.
De su nombre se puede deducir cómo funciona: es una hamaca con un toldo encima. Este toldo, funciona como un mosquitero y encima de él se extiende una tela paraguas que evita que la persona que está en su interior se moje. De esta manera la persona la interior de este artefacto está completamente cubierta.
Esta especie de tienda de campaña, suspendida en el aire, es la que usan los militares de selva cuando deben patrullar la frontera. A interior de ellas cabe una persona y puede decirse que “desde adentro se siente como un ataúd de tela, solo que si se puede ver afuera”, según lo indicó una de las estudiantes.
Armar el hamaca-toldo fue todo un desafío para el grupo, pues recibieron una instrucción de 10 minutos para hacerlo, a cargo del Teniente Mayorga.
Por esto, más del 50% de los estudiantes no tenían idea de cómo empezar siquiera a armarlos y solo contaban con la ayuda de cinco militares. María Belén Troya, una de las estudiantes, comentó “la experiencia hubiera sido más enriquecedora si el grupo fuera más pequeño. De esta manera los cinco militares sí habrían sido capaces de ayudar eficientemente a todos”.
Bien o mal armados, cerca de la 18:00 horas todos los estudiantes habían armado su hamaca-toldo. A esta hora quienes quisieron fueron llevados a un baño y a recibir raciones de alimentos que consistían en una lata de atún, arroz para cocinar y un sopa Maggy.
Después de comer, los estudiantes se metieron en su hamaca-toldo y en este preciso momento empezaron las quejas más fuertes del curso, debido a la incomodidad.
Pero ninguno de ellos lograba imaginarse lo que vendría después cuando la lluvia empezara.
Y cuando ese momento finalmente llegó a todos les pesó el no haber armado los hamaca-toldos de manera precisa, pues en el frío intenso de la noche selvática el agua empezó a filtrarse e inundó el interior de los hamaca-toldos y los convirtió en verdaderas cochas, razón por la cual los estudiantes mojados y muertos del frío los bautizaron como “cocha-toldos” o “piscina-toldos”.
Fue entonces, cuando los gritos de desesperación, llantos, malgenio y demás quejas aumentaron de nivel, creando un verdadero coro de disconformidad.
Ante la desesperación de los muchachos, y las largas horas de quejas, el Teniente Benalcazar decidió, cerca de las 21:00 horas, que quienes quieran dormir en una cabaña podían hacerlo, pero debían coger sus cobijas y caminar cerca de media hora.
Al final solo amanecieron en los hamaca-toldos 14 de los 70 estudiantes.
A pesar del frío, el aguacero y demás incomodidades los 14 estuvieron de acuerdo en que la experiencia fue muy enriquecedora, aunque ninguno de ellos la repetiría jamás. Dicen que nunca sintieron las horas pasar más lento y que el mayor reto fue conciliar el sueño.
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